De cine y Literatura
A la edad
de quince años, solía acudir al cine de Arte y Ensayo con una
regularidad que rayaba casi lo enfermizo, espartana disciplina de la que al
igual que me sucede con la literatura, quedan recuerdos mejores y peores. Una
película de entonces de la que se habló mucho y se escribió mas, fue El
desencanto, toda una parodia de la familia los Panero y de la
vida cultural española tan plagada de sagas y clanes sin los que difícilmente
se entendería la historia del siglo XX. Tenemos así en el cine a los Molina,
Paula, Miguel y la inigualable y a veces inaguantable, Ángela, a los Bardem,
grupo en el que el relevo de lo más jóvenes, caso de Javier, superan a los
próceres, Pilar y Juan Antonio, y por qué no, hasta a los Banderas, no en vano
el propio Antonio hizo debutar en su estreno como Director a su propia hija. En
literatura, los clanes, las sagas, adquieren a veces tintes casi dramáticos, ya
que suelen venir teñidos de luto. Los Goytisolo, de los que sólo quedan Juan y
Luis tras el fallecimiento de José Agustín, continúan en su línea habitual,
casi compitiendo entre ellos. Y Los Panero... ¡qué decir de los Panero que no
se haya dicho, o que no haya quedado reflejado en la pantalla!. Yo lo
desconocía casi todo de ellos (tenía quince años cuando vi la película) y aún
tardaría muchos años en frecuentar su literatura y las historias de algunos
como Leopoldo María Panero, poeta maldito donde los haya. La película El
desencanto, no se la recomiendo a casi nadie, a no ser que se sea un
purista y se quiera indagar desde otro punto de vista en la vida de una de las
familias de poetas más respetados del siglo. Entiendo que nunca la intimidad
debería de ser motivo de escarnio y exhibición pública, ya que apenas encuentro
diferencias entre el filme y el esnobismo de quienes en beneficio "del
arte" se encierran en una casa durante noventa días aduciendo que lo
que hacen es una "perfomance" o un experimento. Tanto da. Yo
al menos, no la veo. De los Goytisolo, que decir que no se sepa. Juan y
Luis continúan recluidos en su
voluntario ostracismo y salvedad de algún que otro artículo en un diario
nacional que siempre provoca polémica, no se les conoce vida social más allá de
lo exigido. Hasta que “el temido Premio Cervantes” se acuerda de uno de ellos”.
Yo tuve la fortuna de conocer la obra de Luis Goytisolo, como muchos otros, merced
a los buenos auspicios de un profesor de literatura que afirmaba sin pudor y
con gran acierto, que en el futuro se estudiarían sus textos como entonces se
estudiaban los de Cela, Machado o Luis Martín Santos. Eso me llevó a su
mastodóntica Antagonía, casi en las mismas fechas en las que me acerqué a
la particular interpretación del mito helénico Ulises de James
Joyce, y en las que en plena efervescencia de los Cines de Arte y Ensayo
visioné El desencanto. Me resulta difícil así separar hoy en día
el cine de la literatura, no por lo que los une, que es mucho, sino por lo que
los separa. Afirmaba Luis Goytisolo en una entrevista no hace muchos años, que
"llegará un día en el que nadie escriba novelas", categórica
afirmación que se entiende si se quiere subrepticiamente tras la lectura
precisamente de Diario de 360º, obra en la que mezcla en un
alarde narrativo sumamente eficaz diferentes géneros literarios: el diario, el
ensayo y la novela. Diario de 360º es la crónica escrita y la no
escrita de un tiempo, de un siglo y si se quiere de una generación: aquella que
convivió bajos los auspicios de Antagonía, su gran obra de
juventud y madurez, y que fue creciendo a la par que su autor. Supongo que es
difícil para un escritor de la talla literaria de Luis Goytisolo mostrarse
ajeno a la impronta de su apellido. Pero si se añade a dicha impronta la
importancia que su obra tuvo, tiene y tendrá para las generaciones futuras, no
cabe duda que conviene hablar de él como de uno de los grandes. Reflexión que
es aplicable y extensible a los Panero y su Desencanto. No en
vano nosotros somos los hijos de una generación desencantada quizás porque
accedimos a demasiadas cosas antes de tiempo (la política, el sexo, la vida...)
o porque pretendimos indagar allá donde nuestro sentido común, el más común de
los sentidos, nos invitaba a quedarnos en la superficie.
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