jueves, 15 de septiembre de 2011

¿Periodistas y poetas?

Ya escribí en una ocasión desde la última página de dos amigos escritores, buenos amigos, buenos escritores. Pero en esta ocasión quiero centrarme tan sólo en uno de ellos, en José María Bernaldez, y en la obra póstuma que dejó tras de si. La niña mala que soy yo (Obra periodística 1977-2008) que consiguió ver la luz a iniciativa de la Asociación de Periodistas Culturales de Andalucía y de la Editorial Metropolisiana, es un compendio de reseñas, artículos de prensa y críticas literarias de quien fue considerado "maestro y referente, en lo personal y profesional, del periodismo cultural en Andalucía”. No estoy de acuerdo con ese carácter erudito con el que se le ha querido dotar a José María Bernaldez. Al menos con las connotaciones bastardas que muchos intelectuales pretenden darle ha dicho adjetivo. Bernaldez era un tipo afable, humano y afectuoso, cuando escribía y cuando se tomaba una cerveza, lo que le acercaba más a la critica periodística que a la crítica académica. Tuve la ocasión de compartir con él mesa y mantel en varias ocasiones, nos unían bastantes mas cosas que la literatura, y eso creo que supo agradecerlo (Una hija adolescente, por ejemplo…..). Tuve la ocasión de poder hablar de libros, de London, Atxaga, Vila-Matas y Cristina Fernández Cubas, pero también del esperpento de “la muerte de la novela”, tan en boga en aquellos tiempos. Coincido con Eva Díez cuando dice que fue el maestro de toda una generación, y que los periodistas culturales, están un poco huérfanos desde su fallecimiento. Pero siempre nos quedara su obra y su sonrisa socarrona, y este, su último libro de artículos periodísticos, posiblemente el único género literario que nunca te fallara.
¿Conocen ustedes a Sabina?. ¿A Joaquín Sabina, cantante, poeta, trovador, músico, showman….? Es posible que muchos de cuantos hoy en día se declaran devotos seguidores de Don Joaquín Sabina, de su música y sus letras, nunca hayan oído hablar de La Mandrágora. ¿Qué es eso? se preguntarán estupefactos. Es posible que cuando les cuentas que Don Joaquín comenzó contando en un Pub madrileño de ese nombre por cuatro perras junto a Javier Krahe y Alberto Pérez, y que encima llegaron a grabar un disco (dicen las malas lenguas que el trovadore reniega del mismo, aunque eso seguro que debe ser envidia) saldrán a buscarlo como alma que les lleva el diablo, o a descargárselo de Internet, si es que se lo permite la ministra de cultura y sus acólitos. Pongamos que hablo de Joaquín (Ediciones B) es uno de esos libros de memorias escritos por un tercero, imprescindibles para no olvidar lo que fuimos, lo que somos y posiblemente lo que seremos en un futuro no muy lejano. Se subtitula una mirada personal sobre Joaquín Sabina. Discrepo. Es una mirada personal solo de sus amigos, faltarían los comentarios que los hay, de quienes los sufrieron en carne propia, no como enemigos, pero si de quienes admirándolo, descubrieron un buen día que era demasiado humano para tratarlo como poeta. Con todo, yo me quedo con sus canciones, nunca con Sabina. Prefiero los buenos periodistas a la capilla que conforman los poetas. Esta ya me la conozco, y ya la he sufrido en carne propia. Y no se la recomiendo a nadie. A nadie.

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