sábado, 5 de junio de 2010

Reinventar a Pessoa

Hoy he visto a Pessoa pasear por las calles de mi ciudad, y tengo que reconocer que no sentí nada especial. Tengo amigos para los que el simple hecho de tomar un café o una cerveza con el poeta luso, o con cualquiera de sus apócrifos, sería motivo más que de orgullo y satisfacción, de veneración eterna y de recuerdo perpetuo. Igual, hasta fomentarían la colocación de una placa en el lugar en el que supuestamente habrían estado con él degustando un café con su correspondiente vaso de agua.. Yo no. ¿Saben por qué?. Porque yo no pertenezco a la secta de Pessoa.
Muchas veces me he preguntado el por qué de esa forma de comportarse de aquellos "pessonianos", y siempre llego a la misma conclusión. Ellos son a Pessoa, lo que cualquier poeta lusitano a Machado, Juan Ramón Jiménez o García Lorca. Pero de ahí a venerarlo como a un Dios a quien se le negó injustamente el pan y la sal en forma de Premio Nóbel (junto a aquel argentino ilustre de apellido avellanado) dista un largo camino. Muchas veces me he preguntado el por qué de esa manía que tienen los escritores de rejuntarse de una forma endogámica creando capillas y capillitas, que no son sino malas copias de las capillas, o en su defecto sectas de carácter masónico en las que se les exige fidelidad eterna a sus gurus, so menoscabo de verse apartados y marginados. Recuerdo sin ir más lejos un artículo que publicara en su día un cotizado autor al hilo de la secta congetiana, es decir la de aquellos devotos y seguidores de José María Conget, quien a su vez publicara en su día un artículo sobre la secta monterresina, quien a su vez publicara... Vamos, que todo escritor, o articulista que se precie pertenece o ha pertenecido a alguna secta en algún momento de su carrera. Y sólo cuando ese autor al que veneran con denuedo se populariza, cuando sale al exterior con luz y taquígrafos es cuando la secta pierde su sentido y es abandonada por sus acólitos quienes buscarán con denuedo otro a quien rendir tributo y adorar. Me imagino que aún no le ha llegado el turno de la jubilación al genial poeta portugués, que lo cortés no quita lo valiente, o a mi admirado Jorge Luis Borges. Mira por donde, sin saberlo, yo formo parte desde mis años de adolescencia, desde que descubriera con apenas dieciséis años aquellos fantásticos relatos que habrían de perturbarme durante no pocos años, de la secta borgiana. Una secta que aprovechando las ramificaciones de la red se extiende por el universo electrónico de una forma geométrica casi alarmante. ¡La de veces que habré soñado con El libro de arena, o con su laberíntica Biblioteca de Babel, oportuna y gráficamente recuperada por Umberto Eco en El nombre de la rosa!. Por cierto, me figuro que Borges a su vez debió de pertenecer a la secta de los satélites de Herbert George Wells, no en vano su célebre El Aleph se lo debe a su relato El huevo de cristal.
Pero volvamos al inicio del artículo. Hoy he visto a Pessoa pasear por las calles de mi ciudad. ¿O no era Pessoa?. Algunos creerán haberle visto, dado que su fe ciega, rayando casi en el fanatismo, les inducirá a cometer una y otra vez tan flagrante error. Yo, desde mi modestia, sólo puedo decir que al que sí que vi paseando por Oviedo fue al genial escritor Antonio Tabucchi, italiano de nacimiento, portugués de adopción y uno de los que mejor conocen la obra del poeta luso y de los que más lo admiran hasta el extremo de que su parecido físico con él raya casi la insolencia. Pero era Tabucchi, lo juro, que vino a Asturias a presenciar el rodaje cinematográfico de su novela Dama de Porto Pim, dirigida por Toni Salgot y protagonizada entre otros por Emma Suárez y Antonio Resines. ¿Qué decir de Tabucci?. Pues que yo pertenezco a la secta tabuchiana desde que lo descubriera en mis años de estudiante en la Universidad. Y puedo dar fe, de que yo le conozco por sus relatos y novelas y no por su pasión pessoniana. Que le vamos a hacer.

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