martes, 21 de junio de 2011

Guerra y surrealismo


¿Qué son las Cosmicómicas?. Italo Calvino invento las Cosmicómicas que es tanto como decir que Albert Einstein desarrollo la teoría de la Relatividad. Las leí en su momento en una vieja edición pero aparte de la recopilación anterior hecha por Siruela, creo que nunca las habíamos tenido todas juntas. De ahí el enorme merito y placer de volver a encontrarme con ellas. Y si como digo, Einstein regaló a la humanidad la ya famosa fórmula e=mc2, Calvino es el autor de algunos de los más maravillosos relatos fantásticos del siglo XX. Y Las cosmicómicas forman parte de ese legado. Comparar ambos genios no es baladí, permítanme decirlo. Las tribulaciones del viejo Qfwfq, protagonista de estas cosmicómicas, en las que Calvino trasladó al lenguaje de la calle todo el sesudo desarrollo matemático-filosófico-científico de la ciencia moderna, nos resultan tan cercanas o lejanas como las teorías del viejo profesor. En medio, el convencimiento por parte de los dos de que la ciencia no debe ser ajena al pueblo. Todo lo contrario. De que es posible vivir el día a día intentando entender el devenir científico que nos rodea. Y de que la fina línea que la separa de la literatura es inapreciable he impredecible. En fin.

Nocilla Experience fue uno de esas novelas inclasificables para los lectores que tanto gustaron a los críticos por ser absolutamente rompedoras con lo publicado hasta la fecha. En ella confluían Internet, los blogs, las performances, la poesía postpoética, los graffitis, el comic y como no, a veces, destellazos de la novela mas decimonónica. Y todo batido invitaba a convertirse algún día en novela grafica. Y ese día ha llegado. Si Nocilla Experience era un calidoscopio de imágenes y sensaciones, Nocilla Experience (La novela grafica) es un calidoscopio de imágenes amplificadas gracias a la magia del comic. Si en Nocilla Experience primaban las vivencias, ahora lo hacen los contenidos visuales, pero siempre dentro del relleno de unos protagonistas que nunca sospecharon ni por asomo que podrían serlo de un comic. La dificultad de llevar Nocilla Experience a la novela gráfica, radica precisamente en la propia estructura del libro: pequeños paratextos, que no son ni textos ni hipertextos. Y desde esa experimentación literaria cercana a las vanguardias, Agustín Fernández Mallo había entregado a la imprenta un gigantesco texto conformado por infinidad de pequeños paratextos. “El mundo es fragmentario”, decía el autor. Su novela también. Porque para leer Nocilla Experience había que hacerlo con la vista, pero también con el oído, el olfato, el gusto.... y como no, el tacto, y algún que otro sentido que no recuerdo. Por eso la novela invitaba convertirse en Novela grafica. Y Pere Joan o ha hecho.

El siglo XX, nos dejó entre otras cosas, dos grandes guerras: la I y la II guerra mundial. La belleza y el dolor de la batalla, este monumental fresco firmado por el historiador y secretario de la Academia Sueca Peter Englund, se ocupa precisamente de la primera de ellas, y resulta curiosa ya que la literatura respecto de la misma podríamos decir que salvo casos notables brilla por su ausencia. Referirse a La belleza y el dolor de la batalla como un “fresco literario”, es posiblemente la mejor manera de hacerlo. Estamos ante decenas de testimonios de veinte personas que vivieron la contienda día a día, que realmente existieron reales, nunca personajes de ficción, lo que otorga más verosimilitud al relato. Hombres y mujeres que nos son cercanos porque al igual que en cualquier otra guerra posterior (o anterior) hubieron de sufrir idénticas vivencias: la pérdida de la juventud, del ser querido, de los familiares…. Por todo ello y mucho mas, La belleza y el dolor de la batalla es un fresco literario, un bodegón por el que transitan personajes históricos anónimos que un día tuvieron nombre y que hoy, posiblemente descansan en algún lugar de Europa del que nunca habían oído hablar. Un libro a decir de muchos comparable a la gesta literaria de Vasili Grossman.

lunes, 13 de junio de 2011

DOS HOMBRES, DOS NOMBRES


Johann Wolfgang Goethe trazó una «W» sobre la manta que lo arropaba poco antes de morir y casi cien años después, Orson Welles pronunció unas enigmáticas sílabas en su lecho de muerte, las de un nombre que a su vez había sido utilizado por el propio director de niño para bautizar el trineo de su infancia. ¿Coincidencia de dos genios o grotesco destino? ¿Conocía Welles los avatares que rodearon la muerte de Goethe?. Es posible que sí, que el magistral director fuera conocedor tanto de la vida como de la muerte del genial poeta y dramaturgo, así como de las eventualidades que rodearon su imagen. No en vano, el carácter monolítico, estático y solemne del «padre» de Werther, a decir de Ortega y Gasset, podría perfectamente firmarlo la personalidad del «padre» del cine moderno. Ambos descubren en sus obras a personajes brillantes y vitalistas, marcados por su nacimiento y por la instrucción que habrían de recibir en su juventud. Ambos sabían y eran conscientes de ser unos genios y como tales se aceptaban. Cada uno en su disciplina, provocaron la perenne fascinación de ser excepcionales en todos los sentidos, ya que para un genio las cosas suceden de una forma fluida y suele dar por sentado su inmortal condición desde su propia naturalidad. Fueron surgiendo de esa manera obras como Penas del joven Werther, conjunto de escritos que a pesar de no haber sido configurados en un principio por Goethe como un todo integral indivisible, en 1774 aparecieron como novela, y Ciudadano Kane, paradigma del cine contemporáneo, tanto por la temática que desarrolla como por la ejecución de sus planos en donde Orson Welles desborda maestría y oficio como pocas veces se había visto hasta entonces. La obra de Goethe, que vería prohibida su difusión en España por ser considerada «análoga a otras recogidas y condenadas por el Santo Tribunal de la Inquisición», debe su éxito a haber sabido conjugar como pocas la sensibilidad y el talante de una época marcada por el desarrollo de la Ilustración. Si al Cándido de Voltaire se le considera el símbolo filosófico-literario de una actitud ante la vida, Penas del joven Werther pasa por ser justo lo contrario, en definitiva «las sombras de la pasión» frente a «las luces de la razón», o por decirlo de otra forma, la lógica francesa frente a la candidez germana. En cierto modo, el filme Ciudadano Kane está impregnado de idéntico romanticismo, algo que se ve desbordado en dos momentos de la película, dos instantes que coinciden con el momento clave en el que Orson Welles pronuncia la palabra sobre la que tanto se ha escrito. Mejor dicho, Welles la pronuncia en uno sólo de ellos, ya que en otro, lo que se visiona es un viejo trineo con dicha palabra grabada en su lateral consumiéndose por el fuego. ¿Qué mensaje quiso trasmitir el genial director? Es posible que nunca lo sepamos, de igual forma que desconocemos el verdadero motivo por el que Goethe a la edad de 26 años decide partir para Weimar, la pequeña ciudad en la que habría de residir el resto de sus días como cortesano, hombre de estado y poeta, que es como realmente nos interesa conocerlo.
No es Ciudadano Kane una película fácil de ver aún a riesgo de parecer lo contrario, como tampoco Penas del joven Werther parece a simple vista una obra de cómoda lectura. Si cabe, ambas fueron concebidas en su juventud por dos espíritus indestructibles que vieron pasar la vida como una exhalación a su lado. Sólo cuando Goethe, después de trazar con sus dedos una «W» sobre la manta que le cubría, posiblemente la inicial de su particular Prometeo, o la de la indestructible Weimar, muere en una mañana del 22 de marzo, y cuando Orson Welles escupe con olor mancillado la palabra Rosebud sobre el objetivo de la cámara, uno tiene la sensación de ser partícipe inconsciente de un secreto que va más allá del inicialmente creado por sus ascendientes.